Despertarme

La madurez y los limites

¿Es posible medir objetivamente la madurez de una persona? ¿Qué significa crecer, desarrollarse o madurar?

En una semilla existe la belleza, pero solo de manera potencial. El medio, es lo que permite que esa semilla se desenvuelva hacia una flor que con su bello color y agradable perfume quizas sea deseable para una abeja. Hay varias condiciones que deben cumplirse para que tal desenvolvimiento suceda de manera natural.

El medio donde se desarrolla el ser humano en el mundo moderno es necesariamente complejo; para que una persona quepa adecuadamente en una cultura sofisticada son necesarias experiencias de todo tipo, pero al igual que en el mundo vegetal, en algún punto el cuidado y la sensación de seguridad deben estar presentes, como la tierra que le da estabilidad al tallo que más tarde florece. Cuando nos encontramos a un “adulto” que por algún motivo no está bien integrado con la textura social en algún ámbito solemos hablar de mala educación, o de que a esa persona le falta madurar.

¿Qué significa ser inmaduro? ¿Se es inmaduro con relación a qué? ¿De qué manera lo medimos? ¿Lo comparamos con alguna imagen o proyección de lo que debería ser? Y en ese caso, ¿Qué relación tiene esa imagen con la subjetividad del individuo, con su potencial?

La dificultad en desarrollarnos es inversamente proporcional al permiso que obtengamos del medio para ser quien en verdad somos. Lo paradójico es que si no hubiera restricciones no tendríamos suficiente borde como para diferenciarnos. El contraste es lo que define la forma; la dureza del piso es necesaria para sentir el propio peso del cuerpo. De la misma forma que el feto se desarrolla hasta la membrana uterina que lo contiene, luego se irán planteando membranas de contención cada vez más sutiles donde el individuo deberá encontrar seguridad dentro de los terminos de ese medio específico para luego de un tiempo de desarrollo, salir de él abruptamente hacia el siguiente ciclo de expansión.

La proyección de una utopía o alguna forma predefinida como preferible construye una de esas membranas, proponiendo con anticipación un borde artificial definido por ideas de control y probablemente de miedo; todo lo que queda por fuera de este perímetro delimitado por lo “que está bien” ¿necesariamente está mal? ¿La flor busca compulsivamente ser de alguna manera particular, por temor a no pertenecer? ¿o se desarrolla tan plenamente como le es posible en coherencia con lo que ella misma és?

Definir un medio social donde se ejerce una presión de arriba hacia abajo crea seres humanos insensibles, obedientes, homogéneos, mecánicos. Donde el estado de inhibición generalizada determina una norma de inmadurez normalizada. Todos sospechamos del burócrata acartonado demasiado obediente a las reglas… hay algo mecánico y simplista en su comportamiento que deja implícito un suceso macabro, una traición de su propia naturaleza y voz en recintos demasiado privados e íntimos. Quizás un maltrato. Una lagrima que se convirtió en aceptación.

Todos en mayor o menor medida participamos del juego de las máscaras para encubrir un trauma… para que la verdadera inteligencia (que es muy parecida a la compasión) tenga lugar para expresarse, se necesita un medio de calidad, un sustrato relacional verdaderamente nutritivo y apto, un tipo de escucha activa y atenta, ese ida y vuelta que habilita, que alimenta y da permiso a la expansión espontanea del misterio que nos manifiesta desde las profundidades de lo que somos. La “buena educación” no es sinónimo de adoctrinamiento, el “darse cuenta” es algo que debe suceder por sí mismo. El espacio de aprendizaje aparece cuando no hay amenazas, desde ahí se comprende el verdadero significado y la necesidad del límite, y en ese espacio de aprendizaje surge una calidad distinta de atención.

Al ser organismos hasta cierta medida autocontenidos, somos seres portadores de ese espacio, llevamos el ecosistema y el sustrato con nosotros, somos a la vez la tierra, la flor y la abeja. Somos el núcleo del mundo subjetivo que creamos. Lo que suceda allí, puede crear oportunidades de enriquecer la inteligencia compartida del entrecruzamiento de diferentes núcleos o sesgarla por completo. Somos la restricción relacional que modifica el medio mismo en la que circulamos y en la que los demás crecen alrededor nuestro. Somos las paredes y el borde con el que el otro se encuentra.

Madurar es desarrollarse, es un movimiento que se desenvuelve en la relación. Evoluciona, aprende, está vivo. La vida es un proceso que compartimos con los demás organismos de este mundo. Vivir y desenvolvernos es un proceso de aprendizaje que no tiene límites.